Si de lo que allí está ocurriendo fuera responsable un Estado mal visto desde Washington (como Corea del Norte, Irak, Libia, etc.), hace tiempo que habrían resonado tambores de guerra, tanto en el Pentágono como en el Consejo de Seguridad de la ONU. Otras «tormentas del desierto» se habrían desencadenado contra un Estado que, con métodos y medios terroristas, comete a diario delitos que pueden considerarse crímenes contra la humanidad. Aniquila a un pueblo, ocupa sus territorios contraviniendo las resoluciones de la ONU y ejerce el terror contra los palestinos, destruyendo sus recursos, demoliendo sus viviendas y privándoles de su derecho a una vida normal. Pero se trata del estado sionista de Israel, creación artificial de las potencias occidentales tras la II Guerra Mundial, y todos los políticos norteamericanos saben el enorme peso que el voto projudío tiene en su país.