Me esfuerzo como nunca, enrojezco, sudo, me abro. A mi lado el monitor muestra la frecuencia cardiaca de mi bebé. Me da por mirar las fluctuaciones de su frágil vida, que depende de que yo haga bien las cosas. Todo será así a partir de ahora. Creo que va a embargarme el sentimentalismo y quiero evitarlo a toda costa, como siempre. Y, como siempre, fracasaré. Ahora sí viene, se abre paso, la siento llegar, la veo, alzada por los aires, embarrada de mis entrañas, tibia, decolorada, con rostro de boxeadora, me la enseñan como un camarero te enseña una botella de vino, como si pudiera decir que no la quiero, la tienden sobre mí, ya no es una extensión de mí misma, es otra. ¿Lloraré? Si me pregunto esto es que no lloraré.