No sé en qué momento se había acercado tanto, pero de pronto sus manos enguantadas estaban sobre mi rostro. Los ojos se me habían llenado de
lágrimas, así que vi el suyo emborronado. Aun así, recuerdo su expresión.
Recuerdo que estaba frustrado y triste y probablemente furioso también, aunque no conmigo, nunca conmigo. A pesar de que era mi culpa. Era mi culpa, mi culpa, mi culpa…
Lo único que consiguió acallar ese pensamiento fue su beso.