Mi casa está donde estoy yo

comprendí por primera vez la fuerza de las palabras, comprendí que quien habla o escribe bien difícilmente estará solo.

Con el tiempo, he descubierto que el elefantito tiene la misma mirada que mi madre. No puede regresar, pero sí puede saciar su angustia. Todo exiliado es una criatura a medias. Le han arrancado sus raíces, le han mutilado su vida, le han destripado sus esperanzas, lo han apartado de sus orígenes y lo han despojado de su identidad.

La primera vez que vi al elefantito, que los romanos llaman «el pichón de Minerva», estaba con mi madre. Recuerdo que pregunté: «¿Estamos en Somalia?». Había visto muchos episodios de Quark, un programa divulgativo italiano, y sabía que el elefante era un animal africano. Mamá se echó a reír y me dijo que no, que estábamos en Roma. La confusión me duró varios días. Entonces, ¿Roma estaba en Somalia? ¿O Somalia estaba dentro de Roma?

El elefantito de Bernini que hay en la plaza de Minerva es uno de los mejores amigos que tengo en la ciudad de Roma. Para mí, ese elefantito es somalí. Tiene la mirada de los exiliados. También su irreverencia.

Sois la savia de mis historias, la corteza de mis afectos.

Mi mapa es el espejo de todos esos años de cambio.

Gracias a las palabras, ahora soy la que soy.

También ayudó a mamá y habló de ella en el consejo escolar, actuó como una especie de carabina frente a los otros padres y le procuró buenos contactos entre algunas madres. Y entonces, como por encanto, dejamos de ser monstruos de feria y nos convertimos en personas.

Gracias a la maestra, comprendí por primera vez la fuerza de las palabras, comprendí que quien habla o escribe bien difícilmente estará solo.

Además, la maestra me animaba a explicar cosas de Somalia, la tierra de mis orígenes. Contaba cómo se vivía allí, cuáles eran nuestros ritos, nuestros colores más chillones. Mis compañeros me escuchaban embobados, como si estuviera sacando conejos de la chistera. Y así, poco a poco, empecé a tener amigos y a rodearme de una cierta aura