acento puertorriqueño y al hecho de que el hombre sabe cocinar. ¿Quién puede culpar a una chica por estar un poco embelesada?
–Siempre son bienvenidos –dice–. Pero intenten no aprovecharse demasiado de mi política de recargar bebidas sin cargo, ¿sí?
Le agradecemos por los nachos y se marcha para atender otra mesa.
–Listo –Jude se reposa contra el asiento y limpia sus manos.
–¿Qué? –despego la mirada de una fotografía de un pez rape–. ¿Ya terminaste?
–Solo son doscientas cincuenta palabras. Y esta tarea no contará para nada. Confía en mí, Pru, es una manera del líder tiránico de poner a prueba nuestra lealtad. No lo pienses demasiado.
Frunzo el entrecejo. Ambos sabemos que es imposible que no lo piense demasiado.
–Ese es bueno –dice Ari y señala con su nacho hacia el libro. Una gota de salsa aterriza en la esquina de la página–. Ups, lo lamento.
–No quiero ser un pez rape. –Limpio la mancha con mi servilleta.
–La consigna no dice qué quieres ser –dice Jude–, solo pide una especie de adaptación que podría ser útil.
–Tendrías una linterna incorporada –añade Ari–. Eso podría ser útil.
Tarareo pensativa. No es terrible. Podría incluir algo sobre ser una luz brillante en momentos oscuros, lo que tal vez sea un poco poético para una tarea de ciencias, pero igual.
–Está bien –digo y posiciono la computadora en frente de mí. Guardo el documento de Jude antes de empezar uno nuevo.
Acabo de terminar mi primer párrafo cuando suena una conmoción en la puerta del restaurante. Echo un vistazo y veo a una mujer jalando de un carro c