Una “cultura silente” donde funciona el haragei (el arte de comunicar con el hara, con el vientre). Las palabras nada dicen; las palabras mienten. La verdad se comunica con las tripas mientras las palabras —al mismo tiempo— hacen mido obligándote a escuchar cosas a veces absurdas, como por ejemplo, ante una opulenta mesa de la que el anfitrión dirá al huésped: «No hay nada que pueda ofrecerle para comer pero, por favor, cómaselo todo».