Escribí Fruta prohibida durante el invierno de 1983 y la primavera de 1984. Tenía veinticuatro años. En aquel entonces compartía dos habitaciones y una bañera de asiento con la actriz Vicky Licorish. Ella no tenía dinero y yo tampoco; como no podíamos permitirnos el lujo de poner lavadoras con solo la ropa blanca, agradecíamos que estuvieran de moda las bragas de colores, pues así esas prendas asociadas íntimamente con nuestra autoestima no acababan volviéndose grises. La grisura es la muerte para los escritores. La mugre, la incomodidad, el hambre, el frío, los traumas y los dramas carecen de importancia. He tenido todas esas cosas en abundancia y solo han servido para alentarme, pero la grisura, los límites reducidos y húmedos de la mediocridad, la corrosión paulatina de la belleza y la luz, el hacer concesiones y acomodarse…, todo eso imposibilita el buen trabajo. Keats se ponía una camisa limpia cuando se deprimía.