El vestidor de Reine era una habitación independiente. Allí reinaba el inimitable desorden de lo chic. Con autoridad, la reina del lugar le ofreció a su invitada una blusa de lino.
–Lo sabía. Le queda perfecto. Quédesela.
–¿No la echará de menos? –protestó Dominique.
–Claro. No querrá que le ofrezca una prenda que no sea importante para mí, ¿verdad?