No me añejes: soy tu trago”, parezco exigir a mi vez yo (casi pongo “la hablante”) con la misma urgencia imperativa. Traducido a aquel lenguaje criollo de doble sentido que Moreno llama “de teclado plebeyo”, mi pedido quedaría así: “pará de tomar y tomame. Si lo hacés, por ahí de paso te puedo llegar a salvar la vida”. Arrancados del transitorio albergue metafórico, estos versos quedan tan desnudos que hasta a mí, que una vez los escribí, me dan vergüenza. Ahora entiendo por qué el tango dice y repite: “Qué importa que se rían/ y nos llamen los mareados”. Parece ser que dos nadadores que se ahogan en un vaso, intentando mantenerse a flote en medio de un mar bravío, suenan cómicos. Tragicómicos mejor, porque si les resulta imposible arar el mar, tampoco podrán armar una trama que les permita amar.