La madre salió de la habitación, sin mirarle siquiera. Temía aquella mirada incisiva. El niño le resultaba molesto desde que se dio cuenta de que mantenía los ojos abiertos y de que le decía justamente lo que ella no quería saber ni escuchar. Le resultaba espantoso ver que una voz interior, su conciencia, desgajada de sí misma, disfrazada de niño, vagando por ahí como su propio hijo, la advertía, se burlaba de ella. Hasta ahora aquel niño no había sido en su vida más que un adorno, un juguete, algo querido y que inspiraba confianza, tal vez en ocasiones una carga, pero siempre algo que marchaba en la misma corriente, al mismo ritmo que su vida. Por primera vez, hoy se había rebelado, porfiando contra su voluntad. Algo parecido al odio se mezclaba ahora en el recuerdo de su hijo