“En defensa de la intolerancia” parte de una premisa beligerante: ante la progresiva economización de la política —regida por los grandes imperios empresariales—, es necesaria una actitud disconforme, politizante, que defienda desde posiciones de izquierdas una visión alejada del multiculturalismo inocuo y anestesiante que se impone desde el ejercicio tolerante del poder. A partir de esta idea, Žižek desarrolla otras cuantas a lo largo de las poco más de cien páginas del libro, a cada cual más interesante y comprometida. El punto clave para entender lo que el autor exponer es simple: la política, entendida como una discrepancia ideológica, ha llegado a ser una pura entelequia, en tanto sólo contribuye a sostener un orden aparente que perpetúa el sistema injusto que rige el mundo. El capitalismo feroz, que ha evolucionado hasta convertirse en un mecanismo que aglutina a cualquier otro sistema, no permite que especulaciones de índole política (no digamos ya humanista, siquiera moral) pongan en cuestión la idoneidad de su funcionamiento. Las tradicionales divisiones entre derecha e izquierda, conservadores y progresistas, pierden valor ante un régimen que diluye las diferencias en favor de una igualdad que unifique a todos bajo un aparente velo de felicidad y progreso. De ahí que el multiculturalismo, el liberalismo tolerante que se favorece (casi se impone) desde las tribunas, no sea más que una fachada que sólo tiene como fin aunar a todo el género humano; una masa de seres que perciben sus distinciones como una mera desviación y cuyas demandas son atendidas sólo en apariencia por el estado.