Comenzó, pues, Eutidemo, por lo que recuerdo, más o menos así:
Dime, Clinias, ¿quiénes son las personas que aprenden: las que saben o las que ignoran?
El joven, frente a semejante pregunta, enrojeció y comenzó a mirarme indeciso; yo, que me había dado cuenta del desconcierto en que estaba, le dije:
¡Ánimo, Clinias! Di con franqueza la respuesta que te parece. Puede estar haciéndote un gran favor al preguntarte así. En ese momento, Dionisodoro, inclinándose un poco hacia mí y con amplia sonrisa en el rostro, me susurró al oído:
Te advierto, Sócrates, que tanto si contesta de una manera como de otra, el joven será refutado.