Mentira, impostura y estupidez

Mark Twain habría dicho: «Si siempre dices la verdad, no tienes que recordar nada».

«Se obtiene la mentira que se merece en virtud a la verdad que se espera»

Pascal, en sus Cartas Provinciales, fulminaba: «C’est dire la vérité tout bas, et un mesonge tout hault» (decir la verdad bajito, la mentira bien alto)

La propia existencia de ambigüedades (véase su teoría del equívoco) creó un espacio en el cual desarrollar técnicas de engañar sin mentir.15 El uso de estas técnicas estaba sujeto, por lo tanto, a condiciones estrictas, especialmente cuando decir la verdad representaba un riesgo alto o desembocaba en el desastre, pero no decir nada se veía como una forma de traición.16 Los casuísticos desarrollaron formas muy imaginativas de disimular la verdad usando la ambigüedad inherente en ciertas proposiciones («non est hic» con el significado «no está aquí» o «no come aquí»),17 mientras que otros casuísticos hicieron uso de la restrictio mentalis, por la cual una afirmación falsa podía hacerse verdadera añadiendo una reserva mental (por ejemplo, después de decir las palabras «no está aquí», añadir una frase mental «hoy» o «para usted», etcétera). Otro ejemplo famoso de lo que se llama la oratio mixta que apareció en muchos manuales y discusiones sobre la falsedad es el siguiente: cuando a San Francisco de Asís le preguntaron unos perseguidores si el fugitivo que andaban buscando había pasado por allí, puso su dedo índice en la manga de su manto y dijo: «por aquí no ha pasado», refiriéndose al hueco de su manga.

Tradicionalmente, por tanto, la condena la mentira se centraba o en su aspecto subjetivo, la intención de engañar, o en su aspecto objetivo, el reemplazo de la realidad con la ficción. Sin embargo, en ambos casos esta reacción es un intento de conjurar, controlar o neutralizar la ambivalencia propia de la realidad objetiva. Esto se realiza desde dentro/el interior, por ejemplo, en el terreno de lo mental, o desde fuera/lo externo, por ejemplo, la realidad misma.

Mentir, decía san Agustín, es «tener un pensamiento en la cabeza y, por medio de la palabra u otro medio de expresión, expresar otra cosa» con la intención de engañar

Después de todo, uno no acepta o se rinde a lo que pasa de forma pasiva, más bien consideramos la realidad desde una perspectiva muy específica y con cierta distancia. La distancia es la libertad, esa libertad, según Hannah Arendt, «de poder decir sí o no [...] a las cosas tal y como nos pasan, más allá de estar de acuerdo o no».5
Esta combinación de coincidencia y necesidad puede ser, por lo tanto, una fuente de remordimiento (ojalá no hubiera…) o gratitud (menos mal que…). Eso indica que un acontecimiento afecta a alguien que se encuentra en un contexto particular, marcado por la estructura de la acción: te hace algo o tú haces algo con el mismo. En virtud de lo que le pasa a uno y podría haber pasado de otra manera, se abriga el deseo de hacer algo distinto. Y ese mismo deseo está alimentado por la percepción de que lo que pasó no se puede revertir.

ya que no hay ocultación de la verdad sin imaginación, una imaginación que lleva al mentiroso mucho más allá de la propia mentira.

No se trata de que haya interpretación sin hechos; por el contrario, no hay interpretación que no esté basada en hechos, es imposible inventarse estos últimos, nuestra imaginación no es tan poderosa.

Si la filosofía ama la verdad, necesita probarla. Y uno no prueba su amor refiriéndose a una «realidad objetiva», sino usando la imaginación para expresar aquello que se conoce pero resulta difícil de explicar, eso que se desea manifestar porque se tiene la creencia de que es algo urgente y lleno de sentido.3