me di cuenta de que mi mirada no se detenía en sus ojos sino en sus dientes (tenía los labios entreabiertos en una expresión absorta), dientes que por primera vez veía no como el relámpago luminoso de la sonrisa sino como los instrumentos más adaptados para su función propia: la de hundirse en la carne, desgarrar, cortar. Y así como uno trata de leer el pensamiento de alguien en la expresión de los ojos, así miraba yo ahora esos dientes afilados y fuertes y sentía en ellos un deseo contenido, una espera.