¿Qué les hubiera pedido? Un mínimo de reconocimiento. La única respuesta que obtuve de mi padre ateo fue la siguiente: no existen los reyes magos, son un engendro maligno, un invento que busca confundir, alienar a los niños y embrutecerlos. Tenía razón. Instruirme contra las farsas que la chusma suele tomar por ciertas estuvo bien. Pero quiero llamar la atención sobre dos cosas.
La primera es que la función de un padre, si va a despojarte de los reyes magos, es sustituirlos, no dejarte a los seis o siete años sumido en la orfandad, como me dejó Armando a mí. Apagó la luz y me quedé a solas en la habitación oscura de mi inteligencia, tragando en seco, como una recta disparada a través del espacio y que, por más que avanzara, nunca se cruzaba con nadie, aun cuando las leyes ocultas del universo indicaban que podía y debía suceder, la compañía y la soledad son hasta un punto.