Las principales obras, y sus correspondientes autores, que imprimen esta renovación, ya en la órbita del denominado boom, serían: Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato (que narra diversos argumentos paralelamente, que despertó la admiración de autores existencialistas y que se salvó de las llamas por la intercesión de la mujer del autor, casi milagrosamente), La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes (la novela que consagra a su autor, en la que nos propone una ruptura de la linealidad del tiempo y un peculiar uso lingüístico —pura renovación— para dar cuenta de una realidad profundamente ambigua), Rayuela de Julio Cortázar (más una contranovela que una antinovela, tal y como siempre defendió su autor, que presenta la peculiaridad de proponer dos posibles lecturas en una narración profundamente irracional en la que llegamos a asistir a una auténtica desarticulación del lenguaje en el capítulo 68), La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa (novela que lo lanza a la fama internacional, «representación verbal de la realidad», en palabras del propio autor), Yo el supremo de Augusto Roa Bastos (magistral novela que aborda la figura del «dictador perpetuo» del Paraguay y que despliega una genial asociación entre escritura y poder), El obsceno pájaro de la noche de José Donoso (una obra maestra que propone un torrente lingüístico —sin apenas signos de puntuación— y que exige un lector activo, que será quien, finalmente, intente construir un relato surgido de lo mágico, lo ambiguo, lo complejo, lo psicológico; presenta, además, una contraposición entre la clase poderosa, decadente, y los sirvientes, muy avejentados y grotescos), Cien años de soledad de Gabriel García Márquez (alucinante mundo novelesco que constituye tanto el culmen del llamado realismo mágico como la máxima expresión de la renovación narrativa, sin olvidar su capacidad creativa, su habilidad para crear un auténtico mundo que sustituye al cotidiano del lector; novela hispanoamericana por antonomasia, obra maestra de la literatura universal) o, deudora de esta última, La casa de los espíritus de la chilena Isabel Allende (que crea una atmósfera mágica y sumamente sugestiva en la que se dispone todo un «caleidoscopio de espejos desordenados», expresión extraída de la novela misma, cuya adap