rrugó la nariz y ella se preguntó si estaba empezando a sobrepasarse con el sarcasmo, pero su ego la mortificaba y la hacía enfurecer. Se había acostumbrado a que la gente la viera como si fuera humana. No solo humana, sino hermosa. Pero ahora estaba allí, parada con un brazo colgante, la piel desgarrada y sin una oreja, y todo lo que veía ese guardia era una máquina destartalada.