En este momento singular aparecen las condiciones sociales para las salidas autoritarias. Por la pérdida de legitimidad política, la bronca, el miedo y los prejuicios, un cóctel que atrae las soluciones rápidas y sencillas, propias de hombres “providenciales” que con mucha pericia ubican la causa de los problemas en grupos “enemigos” del pueblo.
Ellos saben transformar la incertidumbre y los miedos en odios. Estos líderes, que apuestan a las emociones, desprecian la democracia aún en su sedimentación liberal, y consiguen capturar el enojo ciudadano. Halla así un terreno muy fértil para esterilizar el Estado de derecho y reducir la estatalidad a un crudo momento de dominación.