BLANCHE: Puedo oler el mar. Voy a pasar lo que me queda de vida junto al mar y, cuando muera, voy a morir en el mar. ¿Sabéis de qué voy a morirme? (Coge una uva.) Voy a morirme por comerme una uva sin lavar que me voy a encontrar en el mar. Voy a morirme… cogiendo la mano al médico del barco, a un médico muy joven y muy guapo con un bigote rubio y un gran reloj de plata. «Pobre dama –dirán–, la quinina no le ha servido de nada. Esa uva sin lavar ha transportado su alma hasta el cielo.» (Se oyen las campanas de la catedral.) Y me enterrarán en el mar, metida en un saco blanco que echarán por la borda, a mediodía, en pleno verano, ¡a un mar azul (vuelven a oírse las campanas) como los ojos de mi primer amor!