En Todas somos una misma sombra abundan mujeres que están perdiendo alguna cosa. Pierden una historia de amor, a un padre, a su gato, pierden incluso la luz del sol. Son mujeres que eligen sentir esa pérdida bajo sus propias reglas: escapando a una isla que aloja el olvido mismo del mundo, espiando los correos de un ex sobre su mala novela de guerra o cazando animales entre las tinieblas, para sobrevivir en tiempos apocalípticos. También son mujeres que, a ratos, eligen no sentir: porque es una experiencia que agota o porque lo perdido es parte de un pasado que ya carece de significado.
A través de cuentos y fragmentos, Catalina Infante —con una prosa minimalista pero cargada de símbolos y metáforas— construye la experiencia de mujeres que se ríen de sí mismas; mujeres que recuerdan otros tiempos, otras tierras, otras vidas, para dar luz —o sombra— a la difícil cualidad de repensar la realidad, desde lo literario.