Por qué no soy feminista

Pedirle a un sistema construido con el propósito expreso de oprimir («ejem, ¿le importaría dejar de oprimirme, por favor?») es una ridiculez. Lo único que cabe hacer es desmantelarlo por completo y reemplazarlo.

Este sistema es una mierda y va en nuestra contra. Por eso tenemos que escoger con astucia dónde ponemos nuestra energía intelectual. Desperdiciarla peleándonos con tipos en Twitter y exigiendo la ejecución de viejos inofensivos no es un uso eficiente de nuestro tiempo, nuestra energía y nuestros recursos.

Si cuando me declaro feminista debo dejar claro que no estoy enfadada y que no represento ninguna amenaza, entonces, desde luego, el feminismo no es para mí.
Yo sí estoy enfadada. Yo sí represento una amenaza.

los últimos tiempos oigo más a menudo la palabra feminazi en boca de feministas jóvenes que en boca de hombres de derechas. Y tanto unas como otros la usan con un propósito muy similar: ridiculizar a las activistas y revolucionarias y guardar las distancias.

Ninguna persona, ningún género, ninguna raza, ninguna nacionalidad tiene derecho a crear la realidad para otro.

Si cuando me declaro feminista debo dejar claro que no estoy enfadada y que no represento ninguna amenaza, entonces, desde luego, el feminismo no es para mí.
Yo sí estoy enfadada. Yo sí represento una amenaza

Las feministas no tenemos por qué cerrarnos a la posibilidad del amor romántico, pero debemos cuestionar que se privilegie el amor romántico frente a otras formas de amor: el familiar, el amistoso o el social. Deberíamos cuestionar lo que se nos exige para ser amadas, el modo en que la posibilidad de amor y sexo se cuelga como una zanahoria delante de las mujeres para tenerlas a raya; y también la forma en que las mujeres interiorizan gustosas ese método de control

Las historias que contamos revelan qué es lo que valoramos. Y las historias feministas tradicionales —de amor, de empoderamiento, de éxito material— revelan que seguimos esperando que los hombres nos valoren, ya sea porque nos medimos con sus criterios laborales y económicos, ya porque esperamos que nos consideren dignas de ser amadas

Cuando las mujeres —llamémoslas «tradicionales»— sienten «lástima» de las feministas, están haciendo algo muy parecido a lo que les hacemos nosotras a ellas. Usamos la lástima como un mecanismo de autodefensa. Sentimos lástima de alguien para no tener que otorgar ningún valor a nada de lo que diga, haga o crea. Para no tener que escuchar sus críticas a nuestras creencias.

Durante siglos, el sistema patriarcal ha definido la felicidad como la capacidad de tener a otro sujeto a tu voluntad. Alguien que se hiciese cargo de toda tu mierda para que no tuvieras que reparar en su existencia.