He aquí un libro asustado. Está escrito en los años en que la adolescencia ya ha quedado atrás, pero lo que se suponía que uno tenía que encontrarse cuando saliera de ella sigue sin aparecer por ningún sitio. Lo que sí aparece son preguntas, muchas preguntas, y quejas, muchas quejas, y asombros y contradicciones. También es un libro impúdico y completamente heterogéneo en el que tienen cabida las transcripciones oníricas, el desencanto ante el mismo hecho literario, el juego pseudoculturalista y la ironía junto a la gravedad elegíaca; el filtro de la metáfora y los tarareos métricos al lado de la expresión directa que no pretende filtrar nada, y que se sirve de fáciles versos blancos y de un lenguaje más que conversacional; y la simple captación fotográfica frente a la reflexión. En fin, aquí hay más signos de interrogación que puntos finales y, como siempre, terminamos preguntándonos si no sería mejor callarse.