No sé cuándo se escondieron tus fotos en el armario, y el libro de familia, guardado en una caja fuerte oxidada, en el desván, donde lo leí —tenía por entonces dieciocho años al menos— un día que me la encontré abierta. Cada semana, por turnos, iban al cementerio en bicicleta a llevar flores del jardín. A veces uno de ellos le preguntaba al otro, discretamente: «¿Has ido al cementerio?». Mucho antes de saber que volverían a Yvetot siete años más tarde, en 1945, allí —donde estaban casi todos los miembros de ambas familias— es donde quisieron inhumarte, no en Lillebonne, sin duda para que todos fueran a recogerse a menudo ante tu tumba.