La realidad no penetra en las creencias de la infancia. En 1950, yo vivía inmersa en esa, en la del milagro. Quizá siga viviendo igual. Y solo cuenta lo que el primer relato, el de mi muerte anunciada y mi resurrección, ha hecho al segundo, el de tu muerte y mi indignidad. Cómo se han reunido. Qué verdades activas han construido. Puesto que tuve que arreglármelas con esa misteriosa incoherencia: tú, la buena, la pequeña santa, no te salvaste; yo, el demonio en persona, estaba viva. Más que viva, milagrosamente viva.
Así que tenías que morir a los seis años para que yo llegara al mundo y me salvara.