Me dejo caer en el sofá. No tengo ganas de hacer nada. Los diálogos del programa hacen vibrar el piso.
—No sólo te digo que no. Te digo “al diablo”, y te digo “de ninguna manera, pequeño”.
La imagen en mi mente de Chloe entre los brazos de Gui me retuerce el estómago y no puedo soportarlo.
Un poco después llega Nattie y cruza la puerta tarareando una de sus canciones pop favoritas, tronando la lengua contra el cielo de la boca rítmicamente. Mi mamá entra detrás de ella.
—Hola, cariño. ¿Cómo te fue hoy? —pregunta mi madre.
Encojo un hombro. Ella me cuenta su día. Solicitó trabajo como cajera en una tienda de conveniencia.
—Había muchos otros candidatos —me dice—. Tengo treinta por ciento de posibilidades. No tienen nada que ver conmigo o con mis capacidades. Trabajé en un banco. No me costaría ningún esfuerzo hacer ese trabajo. Es un asunto de cuánta gente solicita el mismo empleo