«Abre los ojos. No reconoce la habitación. Una bombilla de 40 “watts”, la pulcra esquina de un cielorraso de cemento gris, la cabecera de tubos de hierro de una cama. No puede levantarse. Lo inmovilizan correas en el tórax, piernas y brazos. Forcejea. Las paredes se le vienen encima. El colchón es una tierra blanda en la que se hunde su cuerpo”.
Un hombre despierta atado a una cama. No recuerda quién es ni sabe por qué está allí. Enfermeros que van y vienen perforan sus brazos y vierten en su interior fluidos que lo derrumban en la oscuridad. No es un hospital pero tampoco una cárcel. Cada intento por conectarse con la realidad es neutralizado por un nuevo pinchazo. Lo acusan de un crimen superior; lo torturan, lo denigran, lo van demoliendo. La máquina de la furia se enciende en su interior y no habrá quien pueda detenerla. Rastrear su identidad será el peor de los castigos.
Construido con un lenguaje sobrio que destaca por la precisión de sus imágenes, Lucas García nos entrega un relato perturbador al extremo, hinchado de violencia, escrito para azotar al impostor que llevamos dentro y posibilitarnos un momento de crueldad.