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Hebe Uhart

Del cielo a casa

Entre el desconcierto y la timidez, Hebe Uhart, una de la mejores cuentistas argentinas según coincide toda la crítica especializada, encuentra en los congresos, los viajes, la vida familiar y los animales un pretexto para pensar las relaciones y para desencadenar fantasías y temores.

Del cielo a casa es la frase que cifra a todos los relatos del libro, pero también es el título de uno de los cuentos, en el que se narra la distancia que existe entre lo que se supone que debe gustar y lo que realmente gusta. Contra un mundo plagado de obligaciones, rutinas y otras cosas incomprensibles, los protagonistas de estos relatos se atienen a las pequeñas cosas, a las que pueden manejar. El eje de estos cuentos pasa por los congresos, los viajes, la vida familiar, los animales.
160 printed pages
Copyright owner
Bookwire
Original publication
2024
Publication year
2024
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Impressions

  • Ivana Melgozashared an impression5 days ago
    👍Worth reading
    🌴Beach Bag Book
    🐼Fluffy

  • Patricia Suárezshared an impression4 months ago
    👍Worth reading
    🐼Fluffy

Quotes

  • Ivana Melgozahas quoted5 days ago
    Y por primera vez no abrió la bolsa para ver si todo estaba en orden, ni para colocar arriba lo que necesitara primero, ni para ver los husos horarios; tuvo la certeza de que todo estaba en su lugar, y ya cayéndose de sueño, pensó “¿Y al final qué tienen las bolsas? Cosas”.
  • Ivana Melgozahas quoted9 days ago
    Pero como eso le había pasado muchas veces, sabía que el primer día en que uno llega a un lugar no es como los otros: el primer día todas las cosas parecen desconectadas entre sí, como si tuvieran aristas filosas, y a medida que pasan las horas y los días esas aristas se van armonizando. Eso era lo que más le gustaba de los viajes: al tercer día, hasta el mismo cielo de un lugar, que al principio parece raro y desconocido, después se vuelve amistoso, como si dijera: “Soy el mismo cielo que cubre toda la tierra”.
  • Ivana Melgozahas quoted11 days ago
    El perro se dejaba tocar los dientes y estaba dormido: eran perfectos; blancos y enormes.

    Ya era de noche; había pasado esa hora fea entre las siete y las ocho de la tarde que, cuando estaba sola, controlaba. Primero se veía una leve capa de gris, como si se velara un poco el cielo; había un sol prudente, en retiro, que doraba todo. Había llegado la noche sin que ella se diera cuenta. Últimamente no sólo tenía la sensación de que el tiempo era largo para corto y viceversa, sino que también por momentos parecía congelado. Y cuando el tiempo quedaba congelado, la señora Emma sentía placer cuando avanzaba, aunque percibía algo inconveniente en ese placer. Pero ahora el tiempo se había portado bien, había andado a buen ritmo, y el perro se había despertado.

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