Es notable lo que uno aprende a los tres días de estar en un lugar; el primer día, el hotel era un misterio, la habitación, un lugar para examinar los aparatos, y los guías, seres inciertos que quién sabe cómo funcionarían. Al tercer día ya le había regalado chocolate al guía, ya nos echaron a un uruguayo y a mí de la salita de desayuno por fumar. Encontramos un lugar cerca donde todos fumaban y algunos tomaban cerveza de mañanita. Ese café parecía decir: todo aquel que quiera corromperse, que lo haga pronto y para siempre, y además, todos juntos, para facilitar las cosas.