Pues claro que lo es —dijo Soga—. Yo no leo cualquier porquería.
—Ya.
—De hecho, juzgo las novelas en función de si tienen o no alguna relación con mi trabajo.
—¿Y ésta? —preguntó Jumonji después de terminarse el gintonic en un abrir y cerrar de ojos.
—Aprueba con nota. Tiene mucho que ver con nuestro trabajo.
—¿En qué sentido?
—Tanto Murakami como sus chicas odian a los vejetes. Y, de alguna manera, nuestro trabajo es lo mismo: nace del odio hacia los vejetes que tienen el poder en nuestro país. Son unas inadaptadas, igual que nosotros.
—Ya —dijo Jumonji.
—Todos somos unos inadaptados —repitió Soga casi chillando—