La sociedad racionalista de la segunda mitad del siglo diecinueve y comienzos del veinte hizo de los nuevos conocimientos una demostración de poder y dominio de las fuerzas naturales por parte del ser humano, nunca antes alcanzado. Mostrar y confirmar estos nuevos alcances dieron origen a las academias y museos especializados, donde el hombre común podía asombrarse de aquello. Era su modo de ingresar a la modernidad. De este logro cientificista participaron también las masas, pero las elites y los charlatanes hicieron de ello una expresión a su alcance, donde además primaba ese sentido experimental de la ciencia incipiente colindante con la superchería y lo precario.