El gran hallazgo de la modernidad, afirma Samuel Monder, es el deseo, cuya entidad se organiza enteramente en el lenguaje “en términos de fórmulas retóricas, cuestiones narrativas e intercambios verbales”. El deseo es un querer que sobrepasa la aptitud de representación que posee el pensar. Monder propone que es en la literatura donde los dilemas primordiales de la filosofía moderna encuentran un camino estético, consolidando narrativas cuyos sujetos están determinados por el fracaso de la capacidad de representación. Es esa “invención del deseo” la que explica el arsenal retórico de pérdidas, encuentros fallidos, destrucciones inevitables, y la asociación del deseo con la muerte, esa final irrepresentabilidad.