Lleva cuatro horas encerrada en el cuarto de baño, cuatro horas en las que yo he escuchado sus gritos de terror, que han ido atenuándose hasta convertirse en un murmullo, llamando a su padre hasta quedarse dormida. Y ahora aparece la luz del sol y espanta las sombras de las paredes.
He pasado horas repitiendo mentalmente una y otra vez las palabras de Maisie: «El hombre malo nos persigue. Nos va a alcanzar».
—Por favor, Maisie —le ruego por cuadragésimo séptima vez—. Por favor, sal.
Pero Maisie no sale.
Maisie está sentada a la mesa del desayuno contemplando con la mirada perdida tres tortitas de microondas que tiene en el plato. Solo quedaba un poquito de sirope en el bote, así que en general están secas. Pero no es esa la razón por la que no quiere comer. En la mesa, frente a mí, no hay nada, no hay comida. Yo tampoco quiero comer. No hasta que alguien me obligue, cosa que sucederá pronto. Mi padre llena una taza de café y me la lleva a la mesa.
Me acaricia la cabeza. Me dice que beba. Le dice a Maisie que se coma las tortitas.
En mi dormitorio, la puerta del cuarto de baño yace en el suelo, tras haber sacado los pernos de la bisagra con ayuda de un clavo y un martillo. Mi padre me explicó cómo hacerlo por teléfono. Le dije que no hacía falta que viniera, que estábamos bien. Que Maisie estaba bien, que Felix estaba bien y que yo estaba bien. Pero mi padre no se creyó ni por un momento que estuviéramos bien. Quizá fue el pánico en mi voz, o el hecho de que Maisie se hubiera encerrado en el cuarto de baño durante la noche y hubiera estado llorando tirada en el suelo de baldosas hasta quedarse dormida. No lo sé. O quizá fue Felix, histérico una vez más, con el estómago vacío porque yo estaba demasiado ocupada desmontando las bisagras de la puerta como para darle de comer, después de tratar de convencer infructuosamente a Maisie de que saliera por su propio pie.
No puedo estar en dos sitios a la vez.
—No pasa nada por pedir ayuda —me dice ahora mi padre mientras Maisie pincha las tortitas con un tenedor infantil que tiene una vaquita impresa en el mango. Pero no se come las tortitas. Las trocea y espachurra. Mutila las tortitas—. Ya sabes que no tienes por qué pasar esto sola.
Pero ya estoy sola, ¿verdad? Da igual la cantidad de personas que haya en casa conmigo, porque sigo sola.
Mi padre todavía no ha subido al dormitorio, no ha visto la puerta del baño tirada en el suelo, ni los pedazos de cristal del marco desperdigados por ahí, ni los pañuelos arrugad