—Llevo seda lionesa con incrustaciones de zafiros indios cubierta por una capa de encaje de doscientos años de antigüedad.
—Y estás preciosa —le aseguró él, que extendió un brazo para darle una palmadita en una rodilla, aunque se apresuró a apartar la mano cuando vio su expresión.
Asesina.
—Al parecer, si me muevo demasiado, los zafiros podrían desgarrar el encaje. —Carlota gruñó. Gruñó literalmente—. ¿Quieres que desgarre el encaje? ¿Eso quieres? —No esperó a que le contestara. Ambos sabían que no hacía falta—. Por si eso no bastara —siguió—, el vestido se asienta sobre una estructura hecha a medida con ballenas.
—¿Ballenas?
—Sí. Ballenas, hermano. Los huesos de las ballenas. ¡Han muerto ballenas para que yo tenga este aspecto!