La hilera de tumbas se alarga en batería al costado del camino. Lo bueno para Bittori es que, como el borde sobresale dos palmos del suelo, ella se puede sentar sin dificultad sobre la losa. Claro, si llueve, no. Y en todo caso, como la piedra suele estar fría (y con liquen y con la mugre inevitable de los años), ella lleva siempre en el bolso un cuadrado de plástico recortado de una bolsa del supermercado y un pañuelo de cuello para usarlos de cojín. Se sienta encima y le cuenta al Txato lo que le tenga que contar. Si hay gente cerca, le habla en pensamiento; si no hay nadie, que es lo habitual, en el tono de quien conversa.