Eso es lo que hace la integración: coordina y equilibra las distintas regiones del cerebro que mantiene unidas. Es fácil ver cuándo nuestros hijos no están integrados: los superan las emociones, están confusos y actúan de manera caótica. No son capaces de responder de una manera serena y competente a las situaciones a las que se enfrentan. Las pataletas, las crisis, la agresividad, y casi todas las demás experiencias desafiantes para la paternidad –y para la vida– son el resultado de una pérdida de integración, también conocida como des-integración.