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Charles Dickens

Historia de dos cuidades

  • rfjwvyitbhhas quoted8 years ago
    Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto.
  • Jimena Maraldahas quoted3 years ago
    Y en los hogares que dejaran las notabilidades que llenaban los salones, los espías de Monseñor, que por lo menos eran la mitad de los concurrentes, no habrían podido hallar una mujer digna de ser madre. En realidad, a excepción de poner una criatura en el mundo, cosa que no da casi derecho al título de madre, poco más conocían aquellas mujeres de tan sagrado ministerio. Las campesinas conservaban a su lado a sus hijitos desprovistos de elegancia y los criaban y educaban, pero en la Corte las encantadoras abuelas de sesenta años se vestían y bailaban como si tuviesen veinte años.
  • lourdes67520has quoted8 years ago
    Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto.
  • Jimena Maraldahas quoted3 years ago
    Nadie, pues, en aquella recepción de Monseñor, del año de Nuestro Señor mil setecientos ochenta, podría haber dudado de un sistema que contaba con un verdugo rizado, empolvado y magníficamente vestido
  • Jimena Maraldahas quoted3 years ago
    Si el Día del Juicio debiera ser una exposición de trajes, todos los concurrentes al hotel de Monseñor habrían alcanzado premio
  • Jimena Maraldahas quoted3 years ago
    El señor Lorry conocía bastante el mundo para saber que ningún servicio es mejor que el hecho por amor, y que no está inspirado en ningún interés mercenario, y por esta razón sentía tal respeto por la señorita Pross, que la consideraba mucho más cerca de los ángeles
  • Jimena Maraldahas quoted3 years ago
    La prisión era un lugar infame, en el cual se desarrollaban las enfermedades con una facilidad pasmosa y, a veces, no solamente hacían presa de los encarcelados, sino que, incluso, se adueñaban del mismo presidente del Tribunal. Más de una vez el juez pronunciaba su propia sentencia y moría mucho antes que el pobre hombre a quien acababa de condenar a muerte. Por lo demás la prisión de Old Bailey era famosa por un patio que tenía y del cual salían continuamente numerosos viajeros, pálidos y demacrados, en carros y coches, en dirección al otro mundo, y atravesando por entre el numeroso público que iba a presenciar tales espectáculos. Era también famosa por el pilorí, antigua y sabia institución que infligía un castigo cuya extensión no era posible mover y, también, por la pena de azotes que allí se aplicaba, muy humanitaria y reformadora
  • Ivonne Rdz Sámanohas quoted4 years ago
    Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo
  • Diana Poghosyan Mirzoyanhas quoted4 years ago
    La playa parecía un desierto lleno de piedras y escollos en que la mar hacía lo que le venía en gana, y lo que le venía en gana era destruir, pues rugía y bramaba por doquier
  • Diana Poghosyan Mirzoyanhas quoted4 years ago
    Es un hecho maravilloso y digno de reflexionar sobre él, que cada uno de los seres humanos es un profundo secreto para los demás. A veces, cuando entro de noche en una ciudad, no puedo menos de pensar que cada una de aquellas casas envueltas en la sombra guarda su propio secreto; que cada una de las habitaciones de cada una de ellas encierra, también, su secreto; que cada corazón que late en los centenares de millares de pechos que allí hay, es, en ciertas cosas, un secreto para el corazón que más cerca de él late.
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