Bayly dijo en una ocasión: “En mi caso, la culpa ha sido un combustible muy explosivo para escribir”. Y creo que fue precisamente la culpa lo que lo motivó a escribir Los amigos que perdí, una novela que, a través de reveladoras cartas nunca enviadas, busca la expiación del autor —o su alter ego, que en esta entrega se hace llamar Manuel— ante esos fantasmas del pasado que viven en sus recuerdos y que lo agobian en los días de soledad. Son cartas de perdón por haber contado sin pelos en la lengua lo que nadie necesitaba saber, con la única intención de escribir libros más reales e interesantes; cartas que dejan en la boca el sinsabor de la soledad y que condenan al autor por su incontrolable franqueza, que revela más secretos, dejando a sus fantasmas más expuestos que nunca y al autor más lejano a esa redención que quizás nunca llegará.