Energy Flash

entendí la euforia como una ciencia sónica.

Era el paroxismo dionisíaco programado y repetido en bucle por toda la eternidad.

«Ahora debemos perder ese conocimiento insidioso, corrosivo, esa necesidad de recopilar y tener. Debemos abrir nuestros cerebros, que están parados y llenos de información aleatoria, y hacer que nuestros miembros vuelvan a esbozar en el aire los patrones que les vengan en gana, no los compases medidos y la facilona síncopa del jazz-funk, sino una música carnal de liberación absoluta. Debemos hacer, una vez más, que la dicha sea un delito contra el estado.»

El «sentido» de la música pertenecía a un macronivel, el de toda la cultura, y este era mucho mayor que la suma de sus partes.

Cualquier breve y clemente fantasía de tocar en un grupo implicaba ser el bajista, como Jah Wobble; aprendí a hacer air guitar mucho más tarde.

«Esta es mi verdad. Cuéntame tú la tuya».

Pero cuando la atención se centra en el género en sí, la pasión de uno se centra en algunos ámbitos o artistas. Entonces hay subgéneros del conjunto mayor que se convierten en el enemigo porque hacen quedar mal; no están a la altura de lo que el rock, el rap o el rave pueden ser.

Eso es lo que convierte el libro en un testimonio de una obsesión y de una fe. Y si se piensa bien, así es como se manifiesta cualquier entusiasmo verdadero por la música.

palabra «hardcore» remite a distintos sonidos en distintos países y en momentos distintos, pero por lo general es garantía de una postura de intransigencia subcultural, de un rechazo a la apropiación ajena o al escaqueo propio.

escenas hardcore en la cultura de baile son el verdadero motor creativo de la música y que las autoproclamadas iniciativas «progresivas» suelen implicar un regreso desde el punto al que se ha evolucionado, una vuelta a ideas más tradicionales de «musicalidad»