En la Viena finisecular, en la capital de los Habsburgo, antes y entre las guerras, cada momento de la nueva sexualidad y del nuevo erotismo cristalizaba y labraba dos rostros: por un lado, una expresión abstracta, filosófica; por el otro, una expresión estética. Ambos rostros cambiaban entre sí. Primero la certeza de que esa sexualidad existía, el modo como Eros construía esa ciudad, y, luego, el devenir mundo de esa certeza en el arte, en el estilo y en el vestido.