Entre la multitud abigarrada de cuerpos y miradas indiferentes, dos se encuentran, dos se miran y, por un instante, son uno. Una comunión improbable en el agitado templo sin fe. Una coincidencia, una detención simultánea en medio del caos y la confusión omnívora. Como un intervalo fugaz —una semicorchea— de silencio, de alivio, en el coro infernal del embotellamiento.