por hora veo que se abren las puertas del ascensor y un joven con una gorra roja y un precioso ramo mira la numeración de los despachos. Pero, al darse cuenta de que lo estoy mirando, aprieta el paso.
—¿Es usted la señorita Flores? —pregunta al llegar frente a mí.
Quiero gritar: «¡Sí! ¡Diosssssssssss...!».
El ramo es espectacular. Rosas amarillas preciosas. ¡Divinas!
El joven de la gorra roja me mira y, finalmente, asiento a su pregunta. Me tiende el ramo y dice:
—Firme aquí y, por favor, entréguele este ramo a la señora Mónica Sánchez.
La mandíbula se me cae al suelo.