El foco central del ego al cual se renunció fue sustituido por la presencia del Espíritu Santo, de efectos más penetrantes y poderosos, y que, sin ningún esfuerzo, orquesta simultaneidad y sincronicidad, al tiempo que diferencia automáticamente lo irrelevante de lo relevante, porque interactúa únicamente con la Realidad. Así, lo que parece ser un milagro no es más que la acción del Espíritu Santo diferenciando lo falso de lo verdadero de tal modo que lo que parecía ser imperfección se revela como perfección. Para el ego, que trata con la causalidad, tales sucesos son ilógicos o imposibles, pero para el Espíritu, esta cualidad es automática e inherente a la Realidad.