Cuando éramos niñas, mi prima y yo usábamos la misma talla y comíamos las mismas cosas. Nos encantaban la leche condensada, los granizados de rosa, el pan recién comprado, las gomitas, el arroz con choclo. Cuando crecimos a mí me siguió gustando todo eso, pero a ella ya no. Con la comida se fue también su humor, su gracia, lo que era antes de los espejos. Supongo que tener hambre todo el tiempo te vuelve despiadada.