Los cocineros «americanos» —me refiero a los nacidos en Estados Unidos, con un nivel de vida alto, seguramente graduados en alguna escuela, tipos con pretensiones de cocineros sofisticados, que saben antes que nadie qué significa monter au beurre y cómo preparar una salsa bearnesa— son perezosos, indisciplinados y, lo peor de todo, una cuadrilla intratable, aferrada a ideas fijas hasta la irritación, con egos que exigen halagos y arrumacos constantes.