—No tengo miedo a morir —susurra.
Le aprieto las dos manos.
—Lo sé, pero, si lo tuvieras, tampoco pasaría nada.
—No siento miedo, más bien... estoy rabioso. Se supone que uno viene a este mundo a hacer algo, como tener hijos o reforestar un bosque. No he hecho nada de eso. ¿Para qué habré servido, aparte de para dejar atrás una familia rota?
—Ellos quieren que vuelvas a intentarlo.