Para un hombre el pasado es una mujer o un accidente o un negocio o un día de sol o una muerte, así como el pasado del mundo son las pirámides. Para Bernardo el pasado era un coleccionista. Un coleccionista de cuadros, un coleccionista de libros, de mujeres, de emociones, de sensaciones, de ideas. Un refinado coleccionista atravesando el mundo con ojos coleccionadores. Eso había sido, eso era y estaba contento de serlo. Eso era hasta que un día todo se le puso sombrío, trágico, y él, terriblemente susceptible. ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¡Ah, sí, a causa de sus enemigos, a causa de la maldad de las gentes! Le habían insultado, insultado sin razón alguna. A él, que lo único que quería era vivir solo, amar al mundo, sentir la vida maravillosa del universo, desde su rincón solitario. Algo así como un astrónomo, un sabio lírico detrás de su telescopio y de su microscopio, arrodillado de admiración en la soledad, trémulo, cantando en voz baja.