Turistas

la de arriba mío, que cierra con furia el ascensor a las tres de la mañana. ¿Tengo yo la culpa si le fue mal de donde vino?

Francisca porque tenía muchos asuntos para plantear y estaba dispuesta a cantar cuatro frescas.

Era el único que le decía “Mary” a la administradora; ella le decía “Carlos”.

La administradora no era una fea mujer, eso sí estaba un poco encorvada y miope de tanto papel que debía mirar y firmar y con la cara un poco desdibujada por escuchar tantas quejas de todas partes, de todos los departamentos, y de soñarlas por la noche.

Finalmente recordó algo de un envío anterior: “Yo odio a la literatura y ella me odia a mí”.

No introspección sino construcción del paisaje, que de ser tan nada, permite ser cargado con todo”.

“El adentro del vagón disparaba la posibilidad del viaje interior.

“No comer. Coger y no comer. Meterme en la cama y fabricar fantasías. Fabricar dulce de tomate, por ejemplo. Su cuerpo aplasta el mío. Y yo soy etérea porque no comí”.

La brisa me jode.

El azul me va mal.

Las rosas ya me tienen podrido.

Fernando pensó que todo ese texto era, como se decía ahora, autorreferencial; no quería que se cayera en eso.

Ahora, si delito es pensar –mucha gente no se atreve a pensar– si delito es escribir, entonces sí somos delincuentes, somos subterráneos.