Dulce como tú

había seguido las reglas de la perfección. Lo había hecho todo bien.

Y nada de eso importaba.

Basta de seguir midiéndome. Basta de seguir poniendo buena cara.

. A pesar de haberlo querido tanto, descubrí que era capaz de despreciarlo, aborrecerlo y guardarle rencor.

Muy bien, todas las cosas que creía haber hecho bien, a la basura».

Y qué vestido más increíble: pesado, con mucho volumen, y muy poco práctico para una boda en julio, pero aun así era perfecto. Todo era perfecto.

Cuando me llamó, yo ya tenía puesto el vestido de novia.