Los únicos que tal vez han creído, o creen en serio, que los poetas no hacen sino imitar, es decir plagiarse uno al otro a escondidas, robar el sucesor la obra de su predecesor y remontar así al infinito la cadena del tiempo hasta el momento en que ladrón y robado se pierden en las tinieblas de la prehistoria, han sido probablemente los llamados “buscadores de fuentes”