Los guaraníes que poblaban estas tierras creían —al contrario de buena parte de la tradición occidental— que lo Uno era lo malo, lo incompleto, lo que está confinado en una sola posibilidad sin aperturas. En sus cosmogonías, el Dos, lo Doble, era lo bueno y lo deseable: el hombre como dos podía ser lo que era y también lo que deseaba, él y no él, también el otro, hombre y compañero de los dioses.